La casa musulmana

La casa musulmana refleja el carácter íntimo de la vida familiar. Las prescripciones islámicas sobre la reclusión de las mujeres y el papel central de la familia hacen de la casa un espacio cerrado al exterior. Volcada hacia el interior, los muros, totalmente blancos, son sobrios y apenas tienen adornos. Sólo puertas y ventanas rompen la desnudez de la fachada y ofrecen alguna concesión ornamental.
Si las ventanas están a ras de suelo, suelen ser pequeñas y están a bastante altura como para dificultar las miradas indiscretas. Las celosías de madera, que cubren ventanas y balcones, permiten ver la calle desde el interior, pero lo ocultan a las miradas indiscretas. Son también entradas de aire fresco.
Buena parte de la vida familiar sucede en las terrazas, donde se ponen las ropas y los alimentos a secar o se recoge el agua de lluvia. Las casas de las familias más pudientes estaban organizadas en torno a un patio central, generalmente de forma rectangular. Si era posible, un pozo servía de fuente de agua fresca.
A los cuatro lados del patio se abren arcadas, que dan acceso a las salas, alcobas o dependencias. Es este el espacio femenino, conocido como harim, espacio sagrado prohibido a los varones de fuera de la familia.
Una habitación, la más espaciosa y mejor amueblada, sirve de lugar de reunión para los hombres. Es también la habitación más exterior, cercana a la entrada, pues así se dificulta el contacto de los visitantes con las mujeres de la casa. En ella, los hombres del vecindario toman una infusión mientras discuten sobre los más variados asuntos.

0 comentarios:

Publicar un comentario