La granja medieval

La mayor parte de la población medieval era rural, habitando en granjas o pequeñas aldeas. Muchas de éstas pertenecen a la Iglesia, pues los monasterios son los grandes propietarios de tierra del momento y también los responsables de la roturación de muchos territorios baldíos.
En las posesiones de los monasterios trabajan campesinos dependientes, que deben pagar un alquiler por labrar el terreno. El pago podía ser realizado en metálico o en especie, siendo habitual entregar animales o productos de la tierra.
Pieza fundamental de la granja era el granero. En él se almacenaban las reservas de trigo y otros alimentos, además de ser guardados allí los ingresos y diezmos pagados al monasterio por los braceros. El encargado del granero era el celador, quien debía además administrar las reservas de grano, entre otros menesteres.
La granja del monasterio también podía tener un edificio muy característico, el palomar. De estructura cilíndrica, en sus paredes había cientos de nichos, en los que se refugiaban las palomas. Una larga escalera permitía a sus cuidadores acceder hasta los nidos.
Además de las palomas, otros animales habitaban en las granjas. Vacas, cerdos, gallinas, mulas... aportaban alimento o fuerza, mientras que los animales domésticos como perros o gatos acompañaban a las familias.
La vida en la granja estaba marcada por la actividad económica, pues se trabajaba desde la salida del sol hasta su puesta. Sólo las obligadas pausas y fiestas religiosas rompían el ritmo del trabajo constante, necesario para la supervivencia.

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